Cuando la ansiedad se mantiene en niveles bajos, controlables y controlados, puede ser instrumentalizada para la producción de cualquier tipo, la creatividad y la ejecución de determinadas tareas. Ese nivel de ansiedad bajo, que puede movilizar al individuo, cuando se convierte en un nivel de ansiedad alto origina el efecto contrario. Se torna paralizador para la persona. La ansiedad en sí misma, además de resultar una emoción displacentera, puede limitar en mayor o menor grado la vida de la persona y teñirla de un sentimiento de indeseable agitación e incertidumbre.
Es indudable que la vida se experimenta de manera muy distinta desde una actitud interna de calma profunda que desde una actitud de angustia y tribulación. Sin calma interior, sin serenidad, no puede haber verdadero disfrute. Desde la tranquilidad interna se pueden vivir las cosas tal como son, sin distorsionarlas, con la mente en silencio y vital. Pero desde la ansiedad, la visión falsea y deforma la realidad, la mente se resiste al instante presente y genera toda clase de enredos mentales, obsesiones, preocupaciones y fantasmas que son el resultado de la ansiedad, pero que a su vez generan ansiedad, con lo que el círculo se cierra. La ansiedad puede llegar a provocar tal estado de insatisfacción, de descontento, de alejamiento de la plenitud y de la integración, que la vida se va consumiendo desde el desagrado, sin ningún tipo de bienestar real interior.
El pensamiento yóguico sostiene que en la medida en que un ser humano va completando su evolución conciente, va cubriendo con su propia integración y armonía ese vacío interior que provocaba ansiedad y que quería ser llenado a toda costa con lo que fuere (creando dependencias de todo orden, como resultado de la deficiencia emocional). El trabajo interior le permite al ser humano comprometido en el camino de la auto-realización ir superando su fragmentación interior con un sentimiento de estabilidad y unidad. Le ayuda a liberarse de la repetición compulsiva de sus apegos y aversiones que tanto empobrecen y limitan su vida interior. La práctica comprometida de Yoga va distanciando al ser humano de la obligación de rendir culto continuo a su ego, lo que le permite desplazarse más allá del mismo, experimentando un sentimiento de totalidad y superando así la angustia de la división interior y la separación de su propio origen o verdadera identidad.
Los yoguis de la India fueron los primeros en darse cuenta que la inmadurez psíquica y la inestabilidad emocional son un obstáculo en el sendero de la auto-realización, pero ciertamente su superación depende de la persona misma y de hasta qué punto pueda fortalecer sus ideales de autoperfeccionamiento y autoconocimiento y esté dispuesta a poner, sin falsas expectativas neuróticas, las condiciones para obtener la madurez interior. El Yoga dispone de métodos para conocer la psique, comprenderla y estructurarla adecuadamente; de técnicas para lograr la unificación mental y la coordinación armónica de todas las funciones mentales; de métodos para hacer posible una maduración psicomental que a su vez favorezca la autorrealización.
Los sabios de esta tradición sostienen que autoconocerse es comenzar a autiorrealizarse. Del auténtico conocimiento brota la liberación. No basta con un conocimiento puramente psicológico, sino que se trata de alcanzar el liberador conocimiento de la real naturaleza. Cuando esa naturaleza se conoce vivencialmente (no conceptual ni analíticamente), uno se establece en dicha naturaleza y todo sentimiento de malestar, insatisfacción y ansiedad cesa. El conocimiento vivencial es pues el puente dorado hacia la plena realización de la persona humana.
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